
El único recurso que nos queda es morir antes de morir, renunciar a una vida falsa, reconocer que este juego estúpido y egoísta al que jugamos con nuestros proyectos de inmortalidad no tiene ningún éxito.
Ya conoces las frases típicas que se dicen en los funerales.
“Sus sufrimientos ya terminaron”, decimos de la mujer que estuvo enferma durante mucho tiempo.
“Él está en un lugar mejor”, decimos del hombre cuyo corazón de repente dejó de funcionar.
“Siento mucho tu pérdida”, decimos a los padres en duelo o al cónyuge.
Pero el pensamiento más popular y tácito es este: “Gracias a Dios que no soy yo el que está en ese ataúd”.
Nadie es tan grosero como para decir esto, por supuesto. Pero encontrarás pocos voluntarios dispuestos a cambiar de lugar con el cadáver. Estamos contentos de estar vivos, o al menos estamos bien con ello.
Somos expertos en reorganizar los muebles de nuestra vida para evitar el elefante mortal en la habitación. Ponemos el sofá aquí y el televisor allá para que la bestia esté fuera de la vista y de la mente. Puede que los 12.000 kilos del elefante mortal estén acechando detrás de nosotros, pero nos quedaremos con los ojos pegados a Netflix y haremos como si no estuviera allí.
Pero el elefante de nuestro funeral que se aproxima no irá a ninguna parte.
Moriremos.
La única pregunta real es si viviremos antes de morir.
PROYECTOS DE INMORTALIDAD
Nuestro miedo más básico y fundamental es la muerte. Afecta prácticamente todas las decisiones que tomamos, desde la infancia, y es el motor de nuestros “proyectos de inmortalidad”.
En algún momento, generalmente al principio, la inevitabilidad de la mortalidad nos arruina la fiesta. Nuestros cuerpos sangran y se rompen; huelen mal cuando no los lavamos; llenan el baño de olores repugnantes; se vuelven flácidos, arrugados y débiles. Comenzamos a morir en el momento en que somos concebidos.
Y en el momento en que concebimos la realidad de esta verdad, hacemos elaborados planes para engañar de algún modo a la muerte. Creamos proyectos de inmortalidad.
Estos proyectos son nuestros medios para asegurarnos de que “hemos logrado algo de valor duradero” (E. Becker). Engendramos o damos a luz hijos que llevarán nuestro nombre y nuestra memoria. Construimos un negocio. Luchamos en una guerra. Tratamos de ser héroes. Como mínimo, nos esforzamos por agradar, encajar, ser aplaudidos socialmente, para que la gente siga viviendo en los buenos recuerdos que nos tienen. “¿Recuerdas a Charlie? Era un buen tipo. Trabajador. Hombre de familia”. Sí, pero Charlie… sigue muerto.
Mientras tanto, mientras fomentamos nuestros proyectos de inmortalidad, evitamos la realidad de nuestra muerte inminente pensando en todo menos en ella. Nos “tranquilizamos con lo trivial” (Kierkegaard). Elegimos el filtro más favorecedor para nuestras vidas en Instagram. Nos quedamos horas mirando pantallas de celular. Contando los “me gusta”. Compramos, practicamos sexo o nos esforzamos para conseguir una capa de felicidad que se desvanece.
Pero dentro de nosotros, la Verdad, como un ratón en el ático de nuestra mente, rasca y mastica y no se va. Podemos alcanzar un éxito fenomenal, ganar toneladas de dinero, acumular trofeos en abundancia o simplemente ser buenos muchachos, pero ninguno de nuestros proyectos de inmortalidad frena ni detiene los pasos de la muerte que se acerca.
MORIR ANTES DE MORIR
El único recurso que tenemos es morir antes de morir. Renunciar a una vida falsa. Reconocer que este juego estúpido y egoísta al que jugamos con nuestros proyectos de inmortalidad no tiene ningún éxito. Ninguna cantidad de trabajo, sexo, dinero, fama, heroísmo o simpatía nos ayudará. No podemos ayudarnos a nosotros mismos. Los demás no pueden ayudarnos. El Cosmos no puede ayudarnos. Todos nuestros vanos intentos de encontrar significado, importancia y propósito son egoístas y, por lo tanto, contraproducentes.
Así que ríndete y confiesa que estás muerto antes de estar muerto.
Lo que encontrarás en esa dolorosa verdad te sorprenderá. En esa muerte te encontrará el Dios de la vida. Un creador externo a ti que, si en algo se especializa, es en resucitar a los muertos. Hurga en los montones de basura de la humanidad para encontrar personas que están muertas antes de que mueran y devolverles la vida con su propia vida.
¡Cómo le encanta hacer precisamente eso! Conducirnos, con una mano invisible, a la renuncia, para que Él pueda entregarnos a Sí mismo , para que en Él podamos verdaderamente comenzar a vivir. En Él hay una esperanza extraña y desconcertante que encuentra un propósito externo a mí, a mí, a mí. En el Hijo del Padre, encontramos un Dios aparentemente lunático que nos ama. ¡ A nosotros !
Él destruye nuestra adicción a nuestros proyectos de inmortalidad al sumergirnos en la mortalidad crucificada de su Hijo y resucitarnos con Él. Y en Él no encontramos un proyecto de inmortalidad, sino la inmortalidad misma: vida sin capítulo final, vida sin límites, vida nadando en la Vida misma.
Morir antes de morir es empezar a vivir en Aquel que es la Vida. Y en Él, en Jesús, se nos da lo que anhelamos desde siempre: propósito, esperanza, amor, alegría, un sentido para nuestras vidas, un futuro más allá de nuestro funeral, un lugar en este mundo fuera de nuestros pequeños microcosmos de egoísmo. En Jesús estamos en Dios, y en Dios estamos en ese “algo de valor duradero” en el que se encuentra la plenitud humana.
Por Chad Bird
